Woordferty.

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Alejandra Guzmán Méndez

jueves, 8 de septiembre de 2011

Pasado.

Supongo que uno fija sus requerimientos de búsqueda de novio sobre la base de la experiencia, tratando de elegir bien para no extraviarse y repetir los infames roches de antes. Supongo también que todas esas exigencias (que viva cerca o que tenga determinada edad) sirven de muy poquito pues, como se sabe, el amor tiene la magnífica facultad de estupidizarnos y hacernos tropezar -–como a Julio Iglesias-– con la misma condenada piedra. A la larga, cabizbajos y tontorrones, volvemos a la escena del crimen para reincidir en un delito que sí cometimos y que estamos dispuestos a cometer otra vez.

De todos los criterios, sin embargo, hay uno que puede ser realmente discriminante: EL PASADO. No me digan esta vez que no. No sean porfiados. Cuando conoces a una persona interesante, tarde o temprano, te carcomen inquietudes acerca de su pasado. Crees lo que el te dice, sí, pero igual quieres saber algunos detalles que han sido ágilmente omitidos. Quieres revisar su historia clínica para saber qué tan saludable se encuentra. Quieres chequear su currículo sentimental. Inspeccionar su hoja de vida. Verificar su récord de conducta. No vaya a ser que tenga un exceso de ‘infracciones’ y ‘estafas’ en su haber y tú salgas perdiendo.

¿Cómo pensar en un futuro compartido si no husmeamos un poco en ciertos antiguos cajones cerrados? Es muy distinto ser la tercera enamorada de un chico que ser la vigésima sexta. Es ciertamente revelador enterarte, por ejemplo, de que el chico que quiere ser tu novio les puso los cuernos a todas y cada una de sus anteriores novias. Es indiscutiblemente ilustrativo saber si el chico que te gusta se cultivaba, en otro tiempo, quizá en sus días de afanoso cachimbo, en el pulposo arte del pachangueo multitudinario. ¿Me dejo entender?

Yo sé que a veces es mejor no saber y mucho mejor no preguntar nada. Pero cómo esperar que ella sea del todo transparente contigo si tú mismo sueles censurar cierta información de tu pasado tormentoso para no dañar la impresión que puedan llevarse de ti. Me parece que hay secretos que es legítimo mantener bajo siete llaves. La pregunta es hasta cuándo.

¿Qué tal si ese flaquito que remece las estanterías de tu bobo y que se ve tan inocentona y angelical tuvo hace años una etapa de temible forajido? ¿Qué pasaría si cuando vas a visitarlo a su casa los chicos del barrio te chismean que su antiguo y más popular sobrenombre era torton? ¿Estarías con él igual? ¿Y cómo reaccionarías si te enterases de que antes de conocerte fue un hippie libertino, un alcohólico o, peor, un burrier? ¿O si se dedicó, pasajera pero pundonorosamente, a la sostenida práctica del meretricio?
Con no poco temor, les pregunto, acérrimos y fiscalizadores lectores de este blog: ¿Tenemos derecho de acceder a los expedientes secretos, a los datos oscuros del pasado de la persona que nos interesa?

Seguramente los puristas me dirán que NO; que cuando uno inicia una relación se impone el ‘borrón y cuenta nueva’; que la confianza debe ser ciega y total, porque, además, “lo que no fue en tu año no te hace daño”. Me disculparán una vez más, pero ese lema huachafito no me lo trago. A veces, los antecedentes pueden ser indicadores altamente demostrativos. Soy de las que piensa que la gente generalmente no cambia, que la esencia, los valores y la naturaleza de las personas no son modificables. Uno puede madurar y regenerar ciertos vicios, pero hay una sustancia íntima, un sello intangible que determina tu verdadera forma de ser y te acompaña toda la vida.
Por eso creo que el pasado encierra algunos datos y patrones que sí podrían tomarse en cuenta al momento de iniciar una relación. “Dime quién fuiste y te diré quién me gustaría que seas”, podría ser un refrán que se ajuste a esta circunstancia.

Hace poco un amigo me llamó para contarme que había conocido a una chica preciosa en una reunión.

–¿Pero por qué me lo dices con esa voz tristona? ¿No dices que te dio bola y todo?
–Sí, pero hay un problema
–¿Cuál?
–Tiene un hijo

A mí también me angustiaría que una chica tenga un hijo; desde luego, pero no me haría grandes paltas por eso. Sin embargo, no culpo a los hombres que se desaniman ante la presencia de un hijo (que, por otro lado, es como una indeleble huella del pasado de la madre, un factor que la ligará para siempre con otros actores: el padre o los abuelos del niño).
Eso también predice un pasado. Tormentoso o no, sí lo es.

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